Mujeres hartas de ir siempre alerta por la calle

El asesinato de Sarah Everard espolea en el Reino Unido el debate para poner el foco en los agresores en lugar de culpar a las víctimas

La última protesta feminista vivida estos días en el Reino Unido pide algo aparentemente simple: que las mujeres puedan transitar por las calles con seguridad sin necesidad de estar siempre alerta ante un peligro que les acecha solo a ellas. Que no sea necesario renunciar a su libertad de movimiento para protegerse sino que la sociedad, la policía y los hombres colectivamente sean quienes garanticen que caminar solas de noche no se convierta en un riesgo y el foco se traslade a los agresores y su comportamiento y no se las culpe a ellas por la hora a la que salieron o cómo iban vestidas.

El asesinato en Londres de Sarah Everard, una ejecutiva de 33 años, ha movilizado a miles de conciudadanas londinenses al grito de “Reclamemos estas calles”. A la rabia por su muerte y la detención de un oficial de policía como presunto autor, se sumó la indignación vivida después de que la primera respuesta policial fuera pedir a las mujeres que se quedaran en casa. Y, más tarde, la carga policial y los arrestos de manifestantes en la vigilia para honrar su memoria.

“Había hecho todo lo correcto. Llamó a su pareja antes de regresar a casa y buscó la zona más iluminada del trayecto. No puede ser que vivamos constantemente con esta inseguridad que los hombres no tienen”, reclamaba este martes Abi, de 27 años, una de las participantes de la manifestación convocada frente al Parlamento británico. Everard fue secuestrada y asesinada hace dos semanas. Un oficial de policía, Wayne Couzens, fue detenido por el crimen. Y sí, había hecho todo para protegerse. La respuesta del Gobierno británico ha sido prometer más agentes de policía, más cámaras de seguridad, penas más altas para los agresores y 25 millones de libras (algo más de 29 millones de euros) para mejorar la iluminación de zonas sombrías. Pero, ¿qué pasa con la educación y el papel de los hombres? ¿Hasta cuándo va a durar el mensaje de que son ellas las que deben protegerse?

La protesta en el Reino Unido es la última movilización de las mujeres de la que algunas teóricas consideran la cuarta ola feminista, que ha tenido episodios importantes con el Ni una menos en Argentina en 2015, el Metoo de Estados Unidos de 2017 o las huelgas feministas españolas que arrancaron en 2018. Una de las características de esta última ola feminista es “el hartazgo de la violencia contra las mujeres y la exigencia de que se pongan todos los medios para evitarla”, señala Beatriz Gimeno, directora general del Instituto de las Mujeres. Gimeno ahonda en que en este debate las libertades de ellas se consideran prescindibles: se les pide que renuncien a su movilidad, pero se considera un disparate, por ejemplo, poner un toque de queda a los hombres, como sugirió en la Cámara de los Lores Jenny Jones, del Partido Verde. Gimeno incide: “La ciudadanía de las mujeres no es plena. ¿Por qué tenemos que pasar miedo? ¿Por qué cuidarnos de dónde vamos? ¿Acaso pasan miedo ellos? No somos iguales. No todos los hombres son agresores, obviamente, pero todas las mujeres nos hemos sentido en riesgo en algún momento”.

El mensaje que lanzó la Policía Metropolitana de Londres (conocida popularmente como Scotland Yard) cuando Everard desapareció fue restringir las libertades de las mujeres, no combatir la violencia de los hombres. Son ellas quienes deben tomar las decisiones adecuadas para garantizar su seguridad. “Se domestica a las niñas para que nunca hagan daño a los hombres. Y a las mujeres las llaman al orden cada vez que se saltan esa regla”, escribió la novelista y directora Virginie Despentes en su ensayo feminista Teoría King Kong, publicado en 2006, en el capítulo titulado Imposible violar a una mujer tan viciosa, en el que aborda la violación que sufrió a los 17 años, una noche que hizo autostop con una amiga.

En España, el listado de casos que alimentan el mensaje de que son las mujeres las que toman malas decisiones que acaban con consecuencias nefastas tiene un ejemplo lacerante en el caso de las niñas de Alcasser: “Éramos apenas unas niñas cuando Miriam García, Toñi Gómez y Desirée Hernández fueron secuestradas en Alcàsser en 1992, pero colectivamente, se había tomado la decisión de que todo el mundo, sin excepción, niñas de siete años incluidas, conociera hasta el último detalle del hallazgo de sus cadáveres. Y, por supuesto, el autostop como equivocación irreversible”, recoge el prólogo del libro Tranquilas. Historias para ir solas por la noche, una recopilación de relatos de distintas autoras publicada en 2019 por Lumen que aborda este asunto: “En realidad, el mundo entero es una amenaza con la que negociamos todas las noches y todos los días, porque no queremos dejar de vivir intensamente”.

Más reciente es el cuestionamiento que sufrió la víctima de La Manada ―a la que llegó a seguir un detective tras la violación y a la que se le objetó que caminara sola con cinco chicos desconocidos―. O Diana Quer, sobre la que se especuló qué hacía sola de madrugada.

“Como mujeres, crecemos oyendo: ‘Ten cuidado con cómo sales de casa’. Pero nunca he oído a ninguna familia decir a un niño: ‘No agredas al salir’, porque nadie se plantea que su hijo pueda violar o atacar”, explica Amanda Moñiz, profesora de un instituto madrileño. “Los adolescentes no están recibiendo el mensaje de que no pueden hacer nada sin el consentimiento de una chica. A ellas hay que empoderarlas y hacerles ver que no tienen la culpa, pero habría que hacer mucho más trabajo con ellos. Y es complicado porque no tenemos tiempo para tratarlo dentro de la escuela, salvo algunas tutorías o en la clase de Valores [la asignatura Valores sociales y cívicos]”.

La psicóloga Elena Hermo, de la Asociación de Asistencia a Víctimas de Agresiones Sexuales y Violencia de Género (Adavas), lo resume así: “Hay que intervenir en educación y en lo que sea necesario para prevenir esto. Mientras un solo hombre considere que puede ejercer esa violencia gratuita y desmedida porque quiere, va a ser muy difícil protegernos en las calles”.

El País

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