El filósofo, linguista y activista estadounidense de origen judío Noam Chomsky analiza en una serie de producciones audiovisuales cómo las ideas no surgen ni se aceptan espontáneamente, sino a través de un proceso ideado con precisión, sobre la persuasión coertiva que ejercen los medios de comunicación.
El concepto de “propaganda” posee, no por casualidad, una mala reputación. Apenas lo escuchamos podemos pensar en regímenes fascistas, en mentiras repetidas una y otra vez hasta que se convierten en verdades a medias (según la conseja de Joseph Goebbels), en medios comprados por el poder que gobierna y, en definitiva, en un proceso de manipulación y corrupción del que nos gusta creer que estamos exentos, como si nosotros no fuéramos susceptibles a ese “lavado” de mente.
Sea que tengamos formación profesional o no, la propaganda puede ejercer su efecto sobre nosotros, y eso se debe a que ese es uno de los mecanismos esenciales del sistema en el que vivimos. Para perpetuarse en su posición privilegiada, la clase en el poder utiliza todos los recursos posibles, y sin duda el manejo de la información representa uno de los más poderosos a su alcance.
A pesar de lo que podamos creer, las personas no somos originales, es decir, que las ideas no surgen ni se desarrollan espontáneamente en ninguna sociedad. Su concepción, difusión y posterior aceptación son fases en las que interviene una máquina poderosa ligada con los medios de información pero también con los polos de poder económico y político de una sociedad.
La noticia en un periódico, cierto anuncio en la televisión, una campaña publicitaria insistente en el espacio público, son solo algunas de las manifestaciones finales que llegan al gran público, provenientes de una voluntad que varios pasos atrás se propuso un objetivo: que la gente consumiera cierto producto, que creyera en cierta “verdad”, que formara una opinión específica sobre cierto tema, que acudiera a ciertos lugares en su tiempo libre y no a otros, que beba o coma ciertos alimentos, y así sucesivamente en casi todos los ámbitos de nuestra vida cotidiana.
En este sentido, el pensador y activista Chomsky niega la ingenua idea de que cada uno de nosotros posee un poder de decisión amplio, que elegimos a cada momento lo que queremos para nuestras vidas y que vivimos en un medio de libertad sin límites. El sistema nos ha vendido esta idea de libertad y muchos viven dentro de la ilusión de sentirse personas libres pero la realidad, es que cada cosa que elegidos, previamente fue presentada como una opción dentro del ámbito de lo posible y aceptado.
¿Quién decide entonces? Una minoría selecta con la capacidad de decidir qué se produce, qué se consume, qué sale del mercado, qué le conviene a la economía del mundo. Como alguna vez señaló el filósofo francés Jean Baudrillard, “En este sistema nuestra libertad está limitada a elegir entre beber Pepsi o Coca-Cola.”
Quizá ser conscientes de esto sea el primero de muchos pasos para comenzar el difícil proceso de vivir de otra manera, donde abunde la autentica idea de libertad.
También te puede interesar: