Desde la primera década del siglo XXI las redes sociales hicieron su aparición y se integraron a la vida de millones de usuarios. Al principio, fueron mensajeros como ICQ, salas de chat; después, el mensajero de MSN. Luego Myspace, Hi5, hasta que Facebook y Twitter llegaron a convertirse en las dos redes dominantes.
Todas aquellas conductas o sustancias que en un primer momento nos proporcionan placer o reducen la sensación de malestar tienen el potencial de despertar en nosotros una adicción, es decir, una imperiosa necesidad de recurrir a ellas.
El uso de las redes sociales no es la excepción. Desde hace varios años se ha visto que éstas poseen una enorme capacidad adictiva, sobre todo entre los adolescentes y jóvenes.
“Al igual que el tabaco, el alcohol o la cocaína, el hecho de entablar relaciones virtuales con otros usuarios que comparten nuestros gustos o intereses, sumar más seguidores a nuestras cuentas de Facebook, Instagram, TikTok, Twitter… y recibir likes por lo que publicamos ayuda a sentirnos menos mal o, de plano, muy bien, felices. Sin embargo, el uso intensivo y descontrolado de éstas puede causarnos graves problemas”, dice Luis Carlos Faudoa Mendoza, académico del Departamento de Psiquiatría y Salud Mental de la Facultad de Medicina de la UNAM.
Si alguien adopta un hábito y lo lleva al extremo, podrá predominar en su vida y afirmarse que se ha convertido en una adicción, alertó.
“En el caso de las redes sociales, esto se manifiesta mediante pensamientos recurrentes. Por ejemplo, alguien puede estar en la escuela, el trabajo o una función de cine con sus amigos, y lo único que desea es ver su cuenta de Facebook, Instagram, TikTok o Twitter. En una fase posterior, poco a poco desplazará las otras actividades que antes le proporcionaban placer o satisfacción, como estudiar, trabajar, leer un libro, practicar un deporte, etcétera, para centrar toda su atención en su celular o computadora”, añade.
Otra característica de esta adicción es el malestar que la persona experimenta cuando, por una u otra razón o circunstancia, no puede acceder a ellas.
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“Es como un síndrome de abstinencia. La persona puede sentirse triste y ansiosa, enojarse con más facilidad y, por lo tanto, padecer también taquicardia, respiración agitada y fatiga. Asimismo, al centrar toda su atención en las redes sociales, es posible que sufra una alteración en sus horarios de alimentación y sueño que dé lugar a la aparición de una comorbilidad, un trastorno de ansiedad o una depresión.”
Imperiosa necesidad
Según el académico universitario, en lo que atañe a esta adicción, lo importante no es el tiempo que se pasa en estas redes, sino la imperiosa necesidad de usarlas.
“Si alguien tiene pensamientos recurrentes asociados a las redes sociales, se le dificulta realizar otras actividades luego de que se le obliga a dejarlas y es víctima de una especie de síndrome de abstinencia, estamos ante un caso de adicción.”
No siempre es necesario desarrollar una adicción a las redes sociales para sufrir un daño o un perjuicio mientras las estamos usando, ya que su consumo nocivo muchas veces nos lleva a adoptar conductas negativas, como compararnos con otras personas, lo cual puede afectar nuestra autopercepción y nuestra autoestima, ingresar en plataformas de alto riesgo (pornográficas, de venta de drogas) o exponernos continuamente al acoso de otros usuarios”, indica Luis Carlos Faudoa Mendoza.
Cómo gestionarla
El primer paso para que una persona gestione esta adicción es darse cuenta de que efectivamente le está causando graves problemas en su vida diaria. Una vez dado este paso, podrá buscar el mejor camino para efectuar un cambio.
“Claro, puede ir con un psiquiatra, un psicólogo o un psicoterapeuta. Yo no sugiero la abstinencia absoluta, porque las redes sociales ya son parte de nuestro día a día, pero sí es recomendable: ser consciente de que he decidido usar una red social, en lugar de coger a cada rato mi celular o mi computadora para escrolear o ver cuántos likes he recibido; preguntarme cómo me siento antes de usarla: ansioso, tranquilo, excitado…; fijarme cómo me siento cuando entro en ella: eufórico, sereno, contento.
Deshabilitar las notificaciones para no tener refuerzos intermitentes que me empujen a consultar constantemente mi celular o mi computadora; establecer un horario para el uso de mis redes sociales; y hacer una lista de los sitios donde no puedo usarlas, como el comedor, la escuela en horas de clases y mi cuarto después de las ocho de la noche. Estas medidas me permitirán ir controlando los estímulos. Al principio resultarán complicadas, pero conforme se vaya formando un nuevo hábito, serán más sencillas”, concluye el académico.