¿Volverán a la crisis de los 70 y los 80? ¿Las oficinas de Wall Street algún día volverán a llenarse? ¿Una ola de crimen y violencia sacudirá la ciudad?
Nueva York, de la utopía a la distopía. Hasta el 1 de marzo pasado, Nueva York parecía ir en camino a la utopía. Desde los años 90, todos los indicadores sociales, económicos, culturales, y cualquier medición práctica o abstracta que midiera el bienestar de una ciudad, crecía sin parar. Durante 10 años consecutivos el turismo aumentaba a la par. En 2019, 67 millones de turistas visitaron la Gran Manzana; 14 millones de ellos, extranjeros.
Pero el 1 de marzo se registró el primer caso de Covid, y todo cambió.
El 17 de marzo se cerró la actividad comercial; el 7 de abril hubo un récord de 590 muertos en 24 horas, y la ciudad utópica dio paso a la ciudad distópica.
Lo que era seguro y simple ya no lo es. Nueva York, la capital de ese mundo que ya no es el mismo, está desorientada. En ese mundo diferente, en “la ciudad que nunca duerme”, hoy se debate si ésta no será una crisis definitiva; la crisis final de esa parte del sueño americano.
El 3 de junio Nueva York tuvo su primer día sin muertes por Covid, y el 8 inició una lenta recuperación. En este fin de septiembre, mientras el calor comienza a marcharse para dar paso a un frío otoño, la ciudad comienza discutir todo. ¿Volverán a la crisis de los 70 y los 80? ¿Las oficinas de Wall Street algún día volverán a llenarse? ¿Una ola de crimen y violencia sacudirá la ciudad?
Los estragos del Covid son visibles. Una ciudad vacía para sus estándares normales; los homicidios y balaceras han crecido un 50%, y estas estadísticas llevan 18 semanas de crecimiento ininterrumpido; las calles están, literalmente, pobladas de indigentes y “homeless”, que miran desde adentro el proceso en el que el sueño americano se transforma en pesadilla.
“¿Qué pasó acá?”, el inconfundible acento mexicano de un joven muestra el asombro de ver la sala de llegadas de American Airlines del aeropuerto JFK totalmente vacía. Son las 10 de la noche de un viernes de septiembre. El inédito escenario incluye otros hechos sorprendentes: sólo dos taxis esperan en la puerta a los pasajeros, en un aeropuerto por el que pasaron 65 millones de personas en 2019. Uno de los taxistas dice que estuvo tres horas y media parado allí a la espera de un cliente.
Los pocos vuelos que van y vienen hacen que la terminal 8 del gigantesco JFK parezca un edificio fantasma. Y casi toda New York está igual. Es una ciudad creada para la masividad, a la que ahora le sobran espacios. El Hotel Gallivan, de la calle 48, en pleno Times Square, tiene prácticamente todas sus habitaciones desocupadas. Y es apenas un reflejo de lo que sufren todos los demás.
Lo peor es que nada será distinto hasta que comiencen a llegar nuevamente los vuelos de Europa, lo que es, al día de hoy, una fecha incierta. Los teatros están cerrados, al menos, hasta inicios de 2021.
Las calles del centro, en la noche, lucen despobladas. Las anchas avenidas icónicas, como La Quinta o Park Avenue, parecen los escenarios de películas que aún no se empezaron a filmar. Los ojos extranjeros miran con recelo ese mundo ¿no es todo un decorado que comenzará a funcionar nuevamente cuando alguien diga acción? ¿Y cuando sucederá eso?.
Podría decirse que la ciudad tiene controlada la epidemia de Covid. Desde hace casi un mes y medio, dan positivo a la enfermedad menos del 1% de los testeados. En Nueva York se hacen alrededor de 30 mil test por día. En abril había 5300 casos promedio por día, en agosto bajaron a 350, y el 17 de septiembre hubo apenas 167 positivos; un universo pequeño para una ciudad de casi 9 millones de personas.
Pero el costo de controlar la enfermedad es altísimo. Aún no han podido reabrir bares y restaurantes para comidas al interior. Solo se permite tener sillas afuera, y no se sirve alcohol sin comida. Los fines de semana los neoyorquinos abarrotan esas terrazas, y también las visitan con menos fervor los días de semana. Pero no alcanza. Todo en New York está hecho a escala. Esos bares y restaurantes no se prepararon para albergar a los 9 millones de neoyorquinos, sino a los 67 millones de turistas. Y esos turistas no están ni estarán en mucho tiempo. Sobra demasiado espacio y faltan demasiadas personas.
También se han ido de la ciudad alrededor de medio millón de millonarios. Se fugaron hacia sus residencias en los Hamptons o en algún otro refugio de multimillonarios ni bien inició la pandemia. Una encuesta reciente del Siena Collegue dice que un 44% de los neoyorquinos pensó en mudarse en los últimos meses, y un 69% está convencido que la normalidad no volverá en mucho tiempo. Tan sólo el 28% cree que en breve la ciudad superará la crisis.
Nueva York, de la utopía a la distopía. El próximo 30 de septiembre los restaurantes podrán abrir puertas adentro, pero sólo con un 25% estricto de ocupación. La presión de los empresarios ablandó al Gobierno, que sabe que con la llegada inminente de los primeros fríos del crudo otoño neoyorquino, las mesas al aire libre dejan de ser una opción.
El camino a la normalidad será largo y complejo. Las escuelas han ido recorriendo su fecha de reapertura. Sería el 10 de septiembre, luego pasó al 21, y ahora el grueso del alumnado volvería el 1 de octubre. Pero nadie puede asegurarlo, porque los desafíos son muy grandes. Se trata de mantener a salvo a un millón cien mil estudiantes de enseñanza pública, y a miles de maestros. Un error, y todo podría salirse de control.
El 25 de septiembre, además, hubo una noticia pésima: la ciudad registró 429 casos de Covid, el mayor número desde junio. La posibilidad de una segunda ola de la enfermedad se espera como un Apocalipsis.
“Cuando abran las oficinas esto va a cambiar”, dice Juan. Es un mexicano con más de 30 años en Estados Unidos. Es el pizzero de un Deli en la calle 48 y la Octava Avenida, en la puerta de entrada a Hell’s Kitchen, el mítico barrio irlandés.
Pero nadie sabe cuándo van a abrir las oficinas. Hay un fundado temor de que el frío y las actividades cerradas pudieran disparar de nuevo los contagios, y la ciudad pase el peor invierno de su historia.
Una cuadra mas allá, en la Octava y Broadway, el pasado 15 de septiembre abrió la sucursal de Krispy Kreme más grande del país. Un negocio multinacional y gigantesco que tiene capacidad para vender 4400 mil donas al día, pero no tiene compradores. Es la misma realidad que la del deli, pero desde la otra punta de la escala económica.
El día de su apertura, los neoyorquinos hicieron hasta una hora de fila para comer una dona galseada, y todos los medios de la ciudad retrataron la nota de esa apertura. Es como un símbolo de que todo puede volver a ser como fue.
Pero no todo murió en Nueva York. Wall Street es el paradigma de la nueva era. No hay ningún lugar más desafiante para la nueva lógica que las calles del distrito financiero más poderoso del mundo. Esas calles están, literalmente, vacías. La mayoría de bares y restaurantes, cerrados. Pero en medio de ese escenario desolador, el 2 de septiembre pasado, mientras la ciudad discutía su viabilidad y el país miraba con pavor la profundidad de la caída económica, los índices del Standars & Poors, que son las 500 compañías industriales más grandes del mundo, y el Nasdaq, el indicador rector de las empresas tecnológicas, lograban máximos históricos.
En un escenario que debate la razón de ser de sus enormes rascacielos vacíos (hoy, una suerte de decorado nostálgico, ligeramente irreal) el dinero se mueve sin necesidad de manos humanas. Y las cifras alcanzan metas insólitas, en una economía real que cayó mas del 20% en el segundo trimestre del año.
Es como si el mundo digital ya no nos necesitara; puede crear su propia riqueza, hasta la desmesura, sin nosotros.
La parte buena en todo este caos es que la ciudad no ha perdido su belleza. Las calles del sur de Manhattan han adquirido una suerte de encanto europeo, con las mesas y sillas de los restaurantes en las calles.
En todos lados se ven carteles y publicidades que piden levantar el espíritu, consumir en los negocios, y salir y recuperar la ciudad, pero con sana distancia y cubre bocas.
Es extraño ver en la televisión las películas que suceden en Nueva York, ahí mismo, en esas mismas calles, y que dan la sensación de que todo es posible. A uno le parece que la ciudad mágica que soportó ataques terroristas, inundaciones y Godzillas; que inmortalizó a Woody Allen y a Henry Miller; que cobijó al Padrino y a sus Buenos Muchachos; que disfrutó cuando Harry conoció a Sally, sigue ahí, en algún lugar, intacta y expectante.
Como si la magia de la ciudad utópica estuviera esperando a los nuevos héroes que van a liderar su renacimiento.
Por Hugo Martoccia
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