La respuesta es simple: después de la plaga llega un estado cualitativamente superior de todo lo que conocemos. Falta poco para que se materialice. Sucederá luego que la pandemia concluya su tarea en la frágil estructura de vida que tienen los seres humanos.
Las plagas de la historia no solo dejaron sufrimiento y muerte, también constituyeron hitos en la evolución de las personas y sus sociedades. Cambios positivos finalmente, si se los aprecia con la necesaria objetividad que demandan los acontecimientos trascendentales. Curiosa paradoja: el evidente beneficio que emerge de los azotes inesperados.
Cuando se evalúan las cosas en perspectiva, con calma y mesura, las plagas están más cerca de ser una bendición que una maldición.
¿Qué forma tomarán para este cambio?
Es temprano para saberlo.
Pero a diferencia de acontecimientos pasados no solo estarán vinculados a la ciencia médica y al ordenamiento social, también se manifestarán en la consciencia humana.
Si las pestes del medioevo enseñaron cómo se debía ordenar la vida comunitaria, organizar ciudades y servicios públicos, ésta plaga del siglo XXI enseñará a los hombres cómo deben pensar de aquí en adelante.
No bastarán las lecciones para prevenir males, mejorar servicios de atención pública o tomar recaudos económicos, para el cambio las enseñanzas recaerán esencialmente en el nivel íntimo de las reflexiones personales.
Entenderán las personas que no tienen el poder que calculan más allá de todo el conocimiento que han acumulado. Mostrará la plaga que son criaturas vulnerables y pequeñas, indefensas ante el poder de las grandes fuerzas que regulan la evolución del universo.
Tendremos una lección de humildad que resaltará la necesidad de respetar nuestra relación con la naturaleza y sus criaturas. ¡Respeto! Lo que finalmente no involucra, para tranquilidad de los autosuficientes, la necesidad de subordinarse a premisas extremas.
El respeto es un camino de dos vías. Respetará la naturaleza las intenciones del hombre en tanto éste lo haga con ella. Respeto. Lo hemos perdido. Somos el “amo de la creación” a la que se refieren escrituras milenarias, pero convertido en tirano. Dictamos y disponemos con discreción, porque nos asumimos más allá del bien y del mal.
Respeto. La plaga nos enseñará eso. Ahora mismo. Respeto por las criaturas que nos rodean, porque precisamente ellas han definido la forma del virus asesino.
Pensará también el hombre, después de la plaga, que los beneficios de vivir en un mundo con cambio que es una aldea global, tiene un costo. ¡Por supuesto que lo tiene! Y si estamos contentos con el beneficio también tenemos que estar bien dispuestos a pagar el costo.
Necias estas generaciones por haber perdido el sentido del costo que tienen las cosas. ¡Necias! Millones de expertos en calificar beneficios, solo beneficios. Cosas agradables, situaciones simpáticas. Del costo apenas existe consciencia. Generaciones débiles. Incapaces de sacrificio. Renuentes a pagar por aquello que disfrutan.
Un mundo convertido en aldea global precisa consideraciones universales. No aplican actitudes chauvinistas, aislacionistas. No puede ignorarse la realidad de algún lugar de la aldea presumiendo que no afectará la realidad de otra parte de ella. ¡Es una aldea! Nosotros la hemos creado. Nos encanta disfrutar los beneficios que representa, pero no estamos dispuestos a pagar el costo inherente.
Esto no quiere decir que una parte de la aldea tome a su cargo el mejor destino de la otra. No es cuestión de asistencialismos, y tampoco de indiferencia. Se trata, sencillamente, de comprender que formamos parte de UNA realidad y no podemos pelear con ella sin sentir dolor. Nuestra vida, en algún remoto lugar del sur del mundo está íntimamente relacionada a otro lugar del norte del globo. No puede existir un mundo global al mismo tiempo que existen individuos con mentalidad de tribu.
Pensarán y entenderán las personas después de la plaga, que ha llegado el momento de proscribir el sistema educativo convencional que poco ayuda para enfrentar la realidad creada. Somos seres que habitan un mundo lleno de automóviles pero siguen aprendiendo cómo calzar herraduras en los caballos.
¿Qué tanto servirá ésta educación cuando se tengan que enfrentar los efectos de la plaga?
Ya basta de rendir culto a los expertos. Eso tiene mucho de pensamiento de aldea cuando existe una realidad mayor.
El experto se expone y es frágil cuando debe actuar sobre condiciones universales. Mucho sabe de lo poco, y eso no basta para la globalidad. Por eso hay respuestas escasas cuando se presentan situaciones de interés general. Estamos rodeados de expertos que opinan y actúan en segmentos microscópicos de la realidad.
Se precisa retomar la “educación horizontal”, el conocimiento generalista. Ése que recurre a lo específico cuando lo encuentra pertinente. Que profundiza cuando lo ve necesario, que tiene la capacidad de evaluar las realidades del bosque antes de recostarse bajo un árbol. Esos profesionales generalistas no solo tendrán más capacidad de enfrentar consecuencias de las crisis, también mayor posibilidad de identificarlas antes que se produzcan.
La interacción entre expertos es finalmente un diálogo de sordos.
Ninguno quiere pisar terreno ajeno porque lo ignora, y eso no ayuda en el mundo que hemos creado. Es el momento de retomar el valor de los conceptos, no solo de las técnicas. De la teoría, no únicamente de la práctica. De la experiencia, sin someterla torpemente al conocimiento.
La plaga ha demostrado que la ignorancia hoy es mayor que la atribuida a esos nativos sudamericanos que vieron atónitos el primer carro con ruedas descendiendo del velero conquistador. Y es mayor justamente ahora, cuando se habita un planeta que ha colocado todo el conocimiento existente a la distancia de un “clic”, en la palma de la mano. Pero con ser tan grande y estar disponible, ése conocimiento es como un faro deslucido en medio de la mar de ignorancia.
Portan los individuos un ordenador en la mano mucho más poderoso que el conjunto de los que ayudaron a depositar al hombre en la luna, pero en poco les aprovecha. Siguen demostrando enorme ignorancia, porque la practican.
Poco hay que agregar sobre esto porque la plaga se ha encargado de exponerlo en toda su dimensión.
Pensarán y entenderán también las personas después de la plaga que es inútil depositar esperanzas en que un Estado amigable y protector se haga cargo de ellos. Lo entenderán porque ningún Estado podrá hacerlo, ni siquiera como producto de la emergencia posterior al colapso. Y gritarán y sufrirán exigiendo empatía y solidaridad, olvidando que ésta última no se pide, se practica.
Los Estados son impersonales, no se corresponden con nadie en particular, ¿cómo puede esperarse de ellos el socorro para vivir?
Cada quién es el mejor guardián de sus intereses y de su futuro. Y éste solo puede depender de la capacidad de producción que se tenga. Porque el empleo puede acabar, el negocio quebrar y la cuenta del Banco quedar en cero, pero si mantiene el hombre su capacidad de producción, tendrá posibilidad de continuar marcha y construir todo de nuevo.
Y la capacidad de producción, completamente personal, única e inimitable, es responsabilidad de cada uno. No puede dejarse a merced de ningún Estado. Finalmente, ¿es tan difícil comprender que son precisamente los Estados los que han conducido al problema y que cualquier solución que se espere de ellos solo provocará más problemas en otro momento o lugar?
La reflexión es larga y no puede continuar acá. Finalmente la propia plaga aún no ha terminado su trabajo.
Sin embargo algunas cosas están claras desde este momento:
La plaga está coronando muchas otras similares que preocuparon en tiempos precedentes. Por ello posiblemente, como una ironía del destino, se llame “Corona virus”. Es el fenómeno con mayor impacto global del nuevo siglo.
Sus secuelas serán profundas y duraderas, a no dudarlo. Vienen tiempos difíciles. Momentos en los que deben pagarse los costos del beneficio.
Emergerá una realidad nueva después de la plaga. Las cosas no serán iguales que antes. Imposible.
Quien sintonice los cambios evolucionará. Porque a ello conducen las transformaciones profundas: a un nuevo estado, uno cualitativamente superior. Si no fuera de esta manera no se trataría de evolución. Y la plaga como todo el Universo, es un sinónimo de evolución.
A tomar consciencia personal de lo que es necesario hacer en este proceso evolutivo. Luego de la plaga llega un mundo mejor. Pero hay que entenderlo y saber actuar en él. No hay promesa de pago para nadie. La evolución, a pesar que permite transitar a estados cualitativamente superiores, también deja tras de sí todo lo que se resiste o no tiene capacidad de evolucionar al unísono.
Los dinosaurios eran grandes y tenían un cerebro pequeño. Se extinguieron. Los hombres tienen un cerebro grande pero son incapaces de alcanzar la grandeza. Su futuro, por el momento, responde a un pronóstico reservado. Y eso no es responsabilidad de las plagas…
DATOS DEL AUTOR.-
Carlos Eduardo Nava Condarco, natural de Bolivia, reside en la ciudad de Santa Cruz de la Sierra, es Administrador de Empresas y Empresario. Actualmente se desempeña como Gerente de su Empresa, Consultor de Estrategia de Negocios y Desarrollo Personal, escritor y Coach de Emprendedores.
Emprendices.
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