Las Enseñanzas de Wilma

El Poet de Costa Maya, en etapa actual de revisión, debe ser muy cuidadoso para darle a la región sustentabilidad en virtud del modelo de desarrollo que se pretende impulsar.

Los embates de la naturaleza no son nuevos en la historia de nuestro planeta. Sin mediar su intensidad, fueron durante miles de años la forma en la que ella misma evolucionaba para lograr su propio equilibrio. Es ciertamente reciente, pensando en tiempos cósmicos, con la aparición y transformación de la civilización de la raza humana, en que su impacto va adquiriendo connotaciones de desastre, en razón de la afectación que ocasiona la forma de vida de las sociedades. Sin  duda, en el mundo moderno se registra un mayor número de desastres, que tendríamos que aceptar que en buena medida son producto de dos factores. Por un lado, una deficiente visión para hacer compatible el desarrollo de los seres humanos con las condiciones propias de sustentabilidad de la naturaleza.

Valga en este punto hacer un paréntesis para señalar que los programas de ordenamiento ecológico territorial, instrumento en el que Quintana Roo es pionero y vanguardia, buscan precisamente este objetivo. Y por otro lado, el segundo factor obedece a la desmedida y aún creciente acción del mayor depredador… el hombre mismo. En esta perspectiva, y más allá de los cuantiosos daños, estamos obligados a reflexionar sobre las enseñanzas que nos dejó el huracán Wilma, toda vez que  en todo el tiempo transcurrido desde su detección hasta la reconstrucción afloraron nuestras fortalezas y nuestras debilidades.

Las dos primeras lecciones que responden al rubro de los imponderables ya que no es posible su solventación, son, por una parte lo impredecible del comportamiento del meteoro, y por otra la fuerza de su acometida. Si bien es cierto que un insumo fundamental es la información técnica obtenida por el monitoreo, también lo es que sólo son pronósticos. En virtud de lo cual, las medidas preventivas y ejecutivas antes, durante y después, pueden ser fácilmente rebasadas en los momentos reales del suceso. En este contexto, las debilidades fueron más que evidentes en las tres etapas antes descritas.

La debilidad más significativa radica en que la planeación y operación de un plan de contingencia y protección civil no pueden circunscribirse a meros pronunciamientos documentales más o menos coherentes, reducidos al sólo cumplimiento de una función pública de escritorio, la cual se torna relevante en los periodos críticos. La realidad de Wilma nos ha demostrado que una cosa es lo que el papel dice y otra lo que sucede en la práctica. Es evidente que la tarea es fenomenal por la cantidad de recursos materiales que se deben acopiar y distribuir; por la cantidad y diversidad de recursos humanos especializados que deben participar; por la dificultad de movilización, acceso a los lugares de mayor impacto, y la inhabilitación de los servicios básicos y de comunicación.

En consecuencia, la piedra angular radica en que toda la maquinaria debe funcionar, en tiempo y forma, con la mayor exactitud y eficiencia. Los recursos importan, pero la estrategia logística es la determinante. La enseñanza es clara, debemos avanzar en la instrumentación de un plan de logística permanente que debe ser probado, evaluado y ajustado, en sesiones sucesivas hasta que no haya duda de que la operatividad de la maquinaria es la correcta. Prueba y error es el método. Cuándo hacerlo, precisamente en los tiempos que no son críticos. Una segunda debilidad que Wilma nos reveló, y esta no es privativa del Estado sino hay que entenderla como país federado, consiste en la enorme dificultad para disponer de recursos financieros, materiales, y estímulos para la reconstrucción con la anticipación y celeridad que impone el siniestro, los cuales deben estar precisados y acotados como un esquema disponible en el momento en que se requiera.

Hay una tercera enseñanza que se inscribe en un tema más complejo. La lección que Wilma nos dejó como parte inevitable de la propia naturaleza estriba en la excesiva vulnerabilidad a la que nos exponemos al establecer los asentamientos humanos de cualquier índole. En un sentido, al ser muy laxos en el manejo y control del impacto de la acción humana como la disposición de desechos, la presencia de fauna nociva o la introducción de especies exóticas que en conjunto atentan contra el equilibrio del medio ambiente.

En otro sentido, a la irracional ubicación en lugares carentes de agua, tierra adecuada para la producción primaria, y sin lugar a dudas el incontrolado crecimiento urbano. En un último sentido, y este es un punto fundamental para Quintana Roo, el dimensionamiento de la fragilidad y el riesgo a los que sometemos a los desarrollos turísticos ante los embates de la naturaleza. En este orden de ideas cabe hacer un segundo paréntesis para insistir en que el Poet de Costa Maya, en etapa actual de revisión, debe ser muy cuidadoso en estas consideraciones para darle a la región la sustentabilidad que proceda en virtud del modelo de desarrollo que se pretende impulsar. Este debe ser el interés de todos, si queremos garantizar, hasta donde es posible, el éxito y permanencia del destino.

La lección de Wilma es, nuevamente, muy clara, se pueden hacer muchas cosas porque la naturaleza es en esencia bondadosa, el punto es no rebasar sus propios limites. El siniestro sin embargo, también mostró nuestras fortalezas, las cuales no son producto de la improvisación sino del acervo de la vida misma. La mayor fortaleza fue sin duda constatar que la cultura de huracanes es una realidad que está presente en la mayoría de los quintanarroenses. Es evidente que hay un buen número de habitantes recientes que no tienen ese “equipaje”, sin embargo, la visión de la mayoría influye en esa deficiencia. Otra fortaleza no menos importante radica en la capacidad de respuesta de los quintanarroenses ante la adversidad. Las muestras de reacción, individual y colectiva, fueron determinantes, particularmente por los tiempos, en que la zona norte avanzó en su reconstrucción.

Esto representa un enorme valor en lo que llamamos la calidad de vida. La madurez de la autoridad para conducir esfuerzos, con sensibilidad humana, cercanía a los problemas y cumplir compromisos fue una evidente fortaleza que inspiró certidumbre. Ciertamente no hubo un desempeño  uniforme en todos los que detentan diferentes grados de autoridad, a pesar de ello, la voluntad política y la atención directa y permanente del Ejecutivo del Estado y del Ejercito jugó un papel imprescindible que fortalece al estado de derecho y a la función pública. Finalmente, y tal vez el mensaje más trascendente que Wilma nos deja, es la importancia que debemos darle a la evaluación, de todo el suceso. Poner en la mesa de las discusiones las fortalezas y las debilidades, con realismo, profesionalismo y propuestas de lo que debemos corregir y de aquello que debemos consolidar. La naturaleza, a través de Wilma, nos llama a la reflexión, y a la ineludible responsabilidad de prepararnos. Está en nosotros hacerlo, en la probable eventualidad de otra “visita” no deseada.

About the author

*Mario Rendón Monforte. Presidente del Consejo Consultivo de NAFINSA en Quintana Roo. Presidente del Patronato de la Universidad de Q. Roo (UQROO). Vicepresidente de BBVA Bancomer Estatal. Ex Presidente del Consejo Coordinador Empresarial de Quintana Roo con sede en Othón P. Blanco Chetumal. Director Gral. de Cuauhtémoc Moctezuma de Chetumal. mario.rendon@cuamoc.com

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