Estás en venta en tanto estás vivo, mientras sostengas un interés elemental de interactuar con los demás y posees diálogo interno. Vendes todo, desde tus objetivos más caros hasta tus estados de ánimo. Colocas en venta lo que proyectas en el mundo con el propósito de ser aceptado por alguien más. Esto es el ser humano, y esto son las ventas.
El vocablo “venta” tiene un origen etimológico que casi se basta a sí mismo. Es a la vez concepto y término “fuente”. Tiene origen remoto, la misma edad que la capacidad de comunicación de la especie humana. Las personas venden desde que han puesto sus pies en este mundo.
La venta es la transferencia de un dominio que se considera propio, a un dominio ajeno.
Es una transacción. Una forma básica de relacionarse con los demás y alcanzar objetivos. Se presume que solo se venden bienes y servicios, pero la transacción involucra mucho más, prácticamente todo lo que se pueda pensar e imaginar (que en muchos casos es lo mismo).
Las personas venden sus estados de ánimo, bien porque quieran ser comprendidas, apoyadas o porque deseen “marcar” un espacio y establecer un “así me siento” ante los demás. Venden sueños, deseos, ideas, creencias, conceptos, dogmas. Se vende la alegría, tristeza, frustración y regocijo.
¡Estás en venta en tanto estés vivo! Y si has conseguido trascender, estás en venta aún después que has dejado este mundo. Como lo está Leonardo da Vinci, cuando todos los que lo han sucedido hablan de él y de su obra.
Para alcanzar lo que deseas en la vida, debes tener habilidades de venta. Y en tanto más desarrolladas mejor, porque los resultados son proporcionales a ello.
Ahora bien, respecto a las ventas existe mucha ignorancia y prejuicio. Y aunque lo primero ayude poco, lo segundo perjudica. El prejuicio fundamental asocia las ventas a un criterio estrictamente mercantil, de orden comercial, vinculado al interés egoísta y el hedonismo. Luego emergen juicios como “no todo está en venta en este mundo” o “existen cosas más elevadas que el solo criterio comercial”. Algunos piensan que mientras más se alejen de considerar estas “banalidades”, mayor nivel intelectual desarrollan, más interés demuestran por las cosas importantes de la vida y más cerca se sitúan de una dimensión espiritual que trasciende el materialismo efímero y egoísta.
Pero estas consideraciones son absurdas. Porque nada de malo o reprensible tienen las ventas, se vea el asunto desde el ángulo intelectual o desde la dimensión ética, moral o espiritual. Las ventas son una función natural del ser humano, tanto como la que lo motiva a comunicarse con los demás (si se la quiere ver desde una óptica “higiénica”), como la que lo obliga a disponer de sus desechos orgánicos.
Por otra parte, la ignorancia sobre el tema relega su trato a escenarios limitados y provoca penosas interpretaciones.
Se entiende, por ejemplo, que las ventas siempre están relacionadas a un precio. Y es verdad, porque el precio es el valor involucrado en la transacción de los dominios. Pero se olvida que toda venta también involucra un costo. Los precios de las cosas que se transan en la vida son siempre el reflejo del costo que ha representado ponerlas en oferta. Quien quiere vender algo no coloca el precio como un capricho, más bien del valor que calcula que esto tiene. Y el valor de las cosas es un reflejo concreto de su costo, no de su precio.
El precio del oro es alto porque no abunda en la naturaleza, y es costoso encontrarlo y explotarlo. De aquí emerge su valor. Lo escaso siempre vale más, igual que lo diferente, lo distinguido, lo exclusivo.
No se puede establecer un precio para vender algo si primero no se ha pagado el costo. Ello aplica igualmente para las organizaciones y las personas. Si quién compra no coincide en la apreciación del costo, no estará dispuesto a pagar el precio establecido en la venta. ¡Es simple!
Si estás vendiendo un estado de ánimo en particular, las personas que estén interesados en “comprarlo” (aquellos a quienes has dirigido los esfuerzos de venta en primer lugar), harán un cálculo de valor, y en función de ello pagarán o no el “precio” involucrado, en este caso la aceptación o reacción. La transacción podrá concluir en indiferencia, empatía, solidaridad, compasión, simpatía, etc. Esto no depende solo de lo que estés buscando como vendedor, más bien del valor que perciba la persona (s) objetivo.
Hay personas que se quejan todo el tiempo, luego la venta de ése estado de ánimo en particular no tendrá una respuesta muy valiosa. O el costo de cambiar ésa percepción tendrá que subir.
Todo lo que se vende tiene un costo.
Mientras mayor sea el precio, más elevado ha tenido que ser su costo. Las personas que alcanzan metas significativas en la vida, en lo personal y profesional, primero sufragaron el costo justo para ello, y en segundo lugar tuvieron la habilidad de perfeccionar la transacción.
Cuando se habla de trabajo, sacrificio, “sangre, sudor y lágrimas”, la referencia es siempre a un costo. Uno que a la vez se vuelve real porque alguien pagó el precio que representaba. Porque la cosa más valiosa que pueda existir no se manifiesta en la realidad si alguien no paga su precio de venta.
¡Estás en venta a cada momento! Eres como una vitrina que muestra algo siempre. Estás expuesto a la mirada de los demás, la de aquellos a quienes quieres vender algo y también la de gente que no conoces y nunca conocerás. Tú decides que quieres exponer, y luego estableces las medidas para que la transacción salga como deseas. Si no tienes claro este criterio, eres como una vitrina que muestra todo en desorden, un anaquel donde terminan las cosas que no tienen otro lugar, un rincón que refleja algo de poco valor. Pero, ¡ojo! Igualmente estás en la vitrina, lo quieras o no.
Si las cosas no están en tu vida como quieres, es porque no consigues vender lo que pretendes. Bien porque no tuviste la capacidad de construirlas al costo que demandan o la habilidad de transarlas con los demás.
Ahora bien, hay de aquellos (y somos muchos), que no consiguen construir “eso” que desean que los demás compren. Son ésas personas que no se agradan a sí mismos en algún aspecto, las que no han alcanzado el estado pretendido y no poseen los valores que quieren vender. En estos casos está fallando el proceso de venta interno, la capacidad de conquistarse uno mismo, convencerse de ser o hacer lo que se pretende.
Todas las personas viven un proceso íntimo y continuo de venta en su interior. Hay un ángel y un demonio en cada hombro (que valga la ilustración). Cada uno vende un discurso diferente, y en la medida que ése diálogo interno fructifique crecerá el ángel o crecerá el demonio, y uno de los dos discursos se habrá comprado.
Podría ser fácil resolver este conflicto. Posiblemente lo único que se necesita es atender esta consigna: “no compres lo que vende el diablito, compra lo que vende el ángel”. Porque si tú mismo compras lo que vende el diablillo, ¿cómo esperas que los otros te compren un falso discurso de angelito?
¿Puedes vender aquello que no eres? Sí. Porque finalmente todo puede venderse. Pero la dificultad será mayor, el precio más pequeño y el beneficio breve. Las personas cotizan y compran originalidad, buscan las cosas genuinas, valoran la distinción.
Por último. ¡Vender es fácil!, se trate de lo que se trate. Solo hace falta lo siguiente:
1.- Ofrece algo de valor. Paga el costo que ello representa.
2.- Ten claro a quienes quieres dirigir tu oferta.
3.- Establece objetivos claros (porque si no tendrás en desorden la vitrina).
4.- Alinea todo lo que eres y lo que haces con lo que quieres vender. Tus actos, tus palabras, tus gestos, tus opiniones. Todo debe estar alineado con la venta que deseas efectuar. Si quieres venderte a los demás como una persona segura pero caminas encorvado, no estás alineado. Así como las empresas que venden no necesitan vendedores, así vendes con todos los elementos de lo que eres y lo que haces.
5.- Ten paciencia. La gente comprará lo que vendes si tiene valor. Pero la manzana tiene que estar roja para eso, madura. Eso responde a un proceso, al tiempo y su inexorable veredicto. El tiempo no es manipulable, no se lo puede acortar ni alargar, es inexorable. Con él eres respetuoso o soberbio, no existen puntos medios.
¡Estás en venta!, a cada momento y como todos los demás.
Vives en una colectividad global que reconoce el costo, el precio y las destrezas de transacción que posean las personas. La habilidad para las ventas es un requisito para la vida, no es un hecho que pueda estar sujeto a juicio moral, de la misma forma que no lo puede estar la necesidad del hombre de comunicarse con los demás. Las cosas y las formas que hacen a la comunicación entre las personas pueden someterse a juicio, pero no el hecho mismo de que se puedan comunicar. Igual pasa con las ventas.
Si esta lógica de las ventas se adoptara con mayor consciencia posiblemente podría darle más calidad a la vida en general, porque allá donde se hable de valor (que ésa es finalmente la relación del costo y el precio), se tratan las cosas con criterio incremental. Cuando se habla del hecho que la gente alcance la mejor versión de sí mismo, precisamente para poder “vender” y también “comprar” aquello que quiere, existe una referencia concreta a las inmensas posibilidades de todo ser humano.
Mientras una gran cantidad de personas se refieren a las limitaciones, falta de oportunidades, la pobreza, injusticia y la naturaleza del hombre como un “ser caído”, algunos preferimos vender el mensaje de la inagotable y maravillosa CAPACIDAD que tienen todos los individuos de construir su destino.
Finalmente, vender optimismo es también una prerrogativa que poseemos. Y solo hace falta tener la capacidad de que la gente lo compre. Ésa es una transacción que puede cambiar el mundo.
DATOS DEL AUTOR.-
Carlos Eduardo Nava Condarco, natural de Bolivia, reside en la ciudad de Santa Cruz de la Sierra, es Administrador de Empresas y Empresario. Actualmente se desempeña como Gerente de su Empresa, Consultor de Estrategia de Negocios y Desarrollo Personal, escritor y Coach de Emprendedores.
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