¿Quiénes son ellos en la actualidad?, ¿cómo viven y cómo interactúan con los factores económico, social y político que modifican gradualmente la vida de sus comunidades?
Hace treinta años la etnología, la ciencia dedicada al estudio de los pueblos y su cultura, se encontraba preocupada por su porvenir. ¿Qué hacer ante pueblos que desaparecen y pueblos que se esconden? Todo indicaba que en breve tiempo la etnología se transformaría en una ciencia sin objeto.
La preocupación se apoyaba en múltiples casos: en Australia, por ejemplo, a principios de la colonización inglesa habitaban 250 mil aborígenes, pero en la década de los setenta del siglo pasado sobrevivían 10 mil individuos llenos de hambre, conviviendo con reactores de energía nuclear y explotaciones mineras; en los primeros 50 años del siglo XX, 990 comunidades tribales desaparecieron en Brasil y hoy sólo quedan 35 grupos étnicos relativamente aislados.
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Otro dato: 25 lenguas indígenas desaparecieron del planeta en la segunda mitad del siglo pasado; las enfermedades endémicas y de carencia, así como la marginación y la inequidad, se habían encargado del etnocidio. Ante este panorama, parecía que sólo la sociología y la historia tenían su futuro asegurado.
Sin embargo, existían regiones como México, la América Andina, el sudeste asiático y África, donde la población nativa o aborigen se cifraba en decenas de millones. Aquí, los antropólogos y etnólogos no tenían problemas de tipo cuantitativo. En este caso resultaba que los pueblos se transformaban aceleradamente y sus culturas se aproximaban cada vez más a la del mismo antropólogo. Esta situación preocupaba a los estudiosos que conceptualizaban a las culturas como entes estáticos y puros: la visión dinámica de ellas llegó posteriormente.
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Al margen de la mirada antropológica, los pueblos indígenas viven su historia y la contemporaneidad global. Ellos, sin mitificaciones o idealizaciones, son grupos humanos que tienen como particularidad el ser diversos y diferentes en un mundo desigual. El pueblo maya es uno de ellos.
Recordemos algo de la historia para tener una imagen más nítida de su presente. Después de la conquista española, de los mayas sólo supimos algo gracias a los registros de los cronistas religiosos: era ya una cultura subordinada, subalterna.
Pasaron aproximadamente 280 años sin que se tuvieran noticias y documentos relevantes sobre los nativos de la Península de Yucatán; sólo la publicación de algunos diccionarios en este periodo permitió conocer de la existencia del grupo. Ellos pasaban socialmente su vida de manera anónima en las haciendas, en las comunidades alejadas y aisladas y en la servidumbre.
Durante la Colonia –ese oscuro tiempo para los indígenas-, se da un proceso de reacomodo de las estructuras originales de los mayas, se propicia la segregación residencial y, en algunos casos, de separación territorial. Eso condujo a que elementos, o amplias unidades político-culturales, constitutivos del grupo, se perdieran en gran medida, conllevando a una fragmentación de la identidad social colectiva y al nacimiento de identidades residenciales o locales.
Al parecer, la identidad grupal fue sustituida por dos formas de autodefinición. Una de ellas fue la expresada en la homogeneización social y cultural del colonizado, utilizando para esto un término genérico que pretendió redefinirlo: el indio o el mesticito.
El otro nivel fue el incremento y consolidación de la fragmentación cultural, regional y política derivada de la naturaleza misma de la llama República de Indios, que conformaba identidades y lealtades localistas necesarias para el control político, la repartición de indios y las cargas tributarias. Decía, sin embargo, que al parecer esa identidad grupal fue sustituida, porque en 1847, con el inicio de la Guerra de Castas, la causa étnica fue uno de los principales motores del movimiento armado.
Luego algo pasó. A los cinco años del inicio de aquella lucha, la causa del movimiento aparentemente se transformó en asunto de caudillos que se sucedían unos a otros de manera violenta.
Aquellos años de poca luz sobre los mayas empezaron a quedar atrás con las notas del teniente James Cook que elaboró durante su travesía de Belice a Mérida en 1765. Pero fue hasta la incursión del viajero norteamericano John Stephens quien, por encargo del presidente Martin Van Buren. Cumplía con la misión de sondear y detectar a algún gobierno centroamericano con el cual Estados Unidos de Norteamérica pudiera establecer nexos comerciales y políticos.
Stephens elaboró sus informes sobre el “Egipto Americano” en las tierras yucatecas. A partir de ese momento se desató el escrutinio arqueológico y lingüístico de Yucatán, el cual coincidió con los primeros trabajos de la antropología como ciencia.
Desde entonces los antropólogos, bajo la siguiente premisa, han estado cerca de los mayas: “hemos aspirado a contribuir a una ciencia del hombre unificada a través del registro lúcido y sistemático del modo de vida de los pueblos muy diferentes de nosotros. Los resultados de los estudios de otros pueblos del mundo nos deberían llevar a conclusiones científicamente válidas acerca de la historia cultural de nuestra especie” (Paul Sullivan).
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