¿Y si se imprimiera dinero para algo más que salvar bancos? Esta teoría gana adeptos

La congresista Ocasio-Cortez hace viral una tesis económica que pone en jaque la ortodoxia de los últimos 40 años

El 26 de marzo se debatió en el Senado de Estados Unidos el Green New Deal, una propuesta de la congresista demócrata Alexandria Ocasio-Cortez para luchar contra el cambio climático y los efectos de la crisis financiera. La neoyorquina defendía, siguiendo el modelo impulsado por el presidente Franklin Delano Rooselvelt tras la Gran Depresión, un conjunto de programas sociales y económicos para cambiar radicalmente el modelo de crecimiento hacia una economía energéticamente eficiente y sostenible y hacia un sistema sanitario básico y universal. Uno de los vídeos de la intervención de Ocasio-Cortez tuvo 14 millones de visualizaciones solo en los dos días posteriores al debate.

En ese vídeo, Ocasio-Cortez plantea que la vía para financiar esos planes de inversión debe ser la deuda pública y que, frente al temor de republicanos y liberales, eso no tiene por qué generar desequilibrios en la economía. Y mencionaba una tesis que sustenta ese planteamiento: la Teoría Monetaria Moderna (MMT, por sus siglas en inglés) que defiende que un país con moneda propia, como Estados Unidos, no tiene por qué preocuparse por acumular demasiada deuda porque siempre puede imprimir dinero para hacer frente a los vencimientos y nunca suspendería pagos. “Eso supone de partida romper el principio generalmente asumido de la independencia del banco central”, arremete Juan Ramón Rallo, profesor de Economía en la IE Business School, entre otros centros. “El único límite al incremento de gasto debe ser la inflación y eso exige que el aumento de gasto y de inversión se produzca en un sector que no hayan alcanzado el pleno empleo ni su capacidad productiva”, precisa Randall Wray, profesor del Instituto Levy de Económicas de la Universidad Bard de Nueva York y uno de los principales impulsores de la MMT.

“La Teoría Monetaria Moderna debería formar parte de nuestros debates”, defendía la joven congresista demócrata ante los recelos suscitados por su plan. No en vano, la MMT supone un cambio del paradigma económico que ha regido los designios de la economía occidental desde hace más de 40 años, que ha defendido la reducción de los déficit públicos como el camino para mantener bajos los tipos de interés.

Asimismo, rompe con la ortodoxia progresista al sostener que los impuestos ayudan a reducir la desigualdad, pero que no deben ser la vía principal para financiar el gasto público y que la subida o bajada de impuestos debe utilizarse, a su vez, para controlar la inflación y drenar así dinero de consumidores y empresas para evitar que el gasto total en la economía se dispare.

Los críticos con la MMT proceden tanto del liberalismo como de la izquierda económica, incluidos Larry Summers, antiguo secretario del Tesoro, y el premio Nobel de Economía, Paul Krugman, que defienden un planteamiento más moderado de los déficit públicos. “La capacidad de endeudamiento no es ilimitada y en el momento en que tu credibilidad se cuestione, el coste de tus bonos se dispara y tu moneda pierde su valor”, apunta el liberal Rallo. De hecho, no hace tanto, en 1976, Reino Unido tuvo que acudir al Fondo Monetario Internacional para que le ayudara a estabilizar la libra.

El primer texto académico sobre la MMT se publicó el pasado mes de febrero bajo el título Macroeconomía, un tomo de 573 páginas escrito por William Mitchell, profesor de la Universidad australiana de Newcastle; Martin Watts, profesor emérito de esa misma universidad, y Wray. Pese a lo rupturista de algunos de los planteamientos de estos economistas, lo cierto es que la crisis financiera y la respuesta de las autoridades económicas mundiales a la Gran Recesión han echado por tierra algunos de los principios que parecían sagrados del capitalismo en las últimas décadas. Diez años después del estallido de la crisis, los bancos centrales se muestran incapaces de retirar los ingentes estímulos inyectados al sistema, lo que evidencia una ruptura en el funcionamiento del mercado.

Esa enorme liquidez ha servido para impulsar las Bolsas y abaratar la financiación de las grandes empresas, pero no se ha trasladado más que tangencialmente a la economía real, lo que explica en parte el crecimiento de la desigualdad en estos años. “A estas alturas cabe preguntarse por qué no destinar esa financiación a un cambio de modelo productivo o a otro tipo de activos”, admiten fuentes financieras internacionales.

Sus grandes detractores aseguran que la MMT “ni es teoría, ni es monetaria, ni es moderna” pero lo cierto es que sus planteamientos han pasado de estar reducidos a unas cuantas facultades y blogs económicos a suscitar un debate público entre académicos y políticos, que no se puede dar ni mucho menos por concluido. Otra de sus defensoras, Stephanie Kelton, economista de la Universidad de Stony Brook y asesora del demócrata Bernie Sanders en la campaña de las presidenciales de 2016, suele terminar sus intervenciones en defensa de la MMT así: “primero te ignoran, luego se ríen de ti, luego te rebaten. Entonces es cuando les ganas”.

Randall Wray: “Es un error plantear que una economía se gestiona como un hogar”

Randall Wray (65 años) se considera discípulo del economista poskeynesiano Hyman Minsky, a quien conoció a principios de los años ochenta en la Universidad de Washington en St. Louis. Desde que publicara su primer libro en 1998, se ha centrado en el estudio de los sistemas monetarios soberanos hasta desarrollar la Teoría Monetaria Moderna, desde la que plantea una alternativa a la política económica más ortodoxa.

Pregunta. ¿Por qué resultan tan revolucionarias sus tesis?

Respuesta. Muchos economistas y políticos se empeñan en equiparar la forma en que se gestiona una economía a cómo se hace con los hogares, cuando no es así. Un Gobierno soberano simplemente no se puede quedar sin dinero porque es el responsable de emitir moneda y puede endeudarse lo que haga falta.

P. Eso no pasa en el caso de la zona euro.

R. No porque ahí cada Estado miembro renunció a su propia moneda nacional y el Banco Central Europeo (BCE) no está concebido como un prestamista de último recurso para los Estados. Ese problema quedó en evidencia en la crisis y obliga a perfeccionar la unión monetaria para garantizar su supervivencia.

P. ¿Al poder recurrir al endeudamiento, eso quiere decir que no hay límites en el gasto?

R. Sí los hay, claro. El gasto público debe hacerse en áreas que no estén en pleno empleo ni hayan agotado su capacidad porque, de lo contrario, se genera inflación. Pero la norma no debe ser la austeridad, como nos han hecho creer.

P. La austeridad ha saltado por los aires cuando hablamos de la crisis financiera y los programas de expansión cuantitativa de los bancos centrales.

R. Que han sido un total error. No han servido para reactivar las economías ni para sanear el sistema financiero. De hecho, muchas entidades están volviendo a cometer muchos de los errores que dieron lugar a la crisis y podemos volver a vivir otro episodio.

P. Algunos critican que su teoría acaba con la independencia de los bancos centrales.

R. Cuando ha sido necesario los bancos centrales han acudido al rescate del sector público en tiempos de crisis, como hizo la Reserva Federal después de la Segunda Guerra Mundial al comprar deuda pública, o del sector financiero en la última crisis. En ese sentido, nuestra teoría no es nada revolucionaria.

Por Alicia González. Con información de El País.

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